Todos hemos sentido envidia en algún momento de nuestra vida. Es inevitable que a veces sintamos dolor o tristeza por lo que son o tienen los demás.
Esto no es algo por lo que debamos preocuparnos salvo que se convierta en envidia patológica y empiece a dirigir nuestra vida. Entonces se torna en contaminante y destructiva, no solo para los demás (acaba contaminando nuestras relaciones) sino especialmente para nosotros mismos. La envidia patológica hace que desaparezca cualquier forma de generosidad y provoca insatisfacción y amargura. Nos conduce a algo tan negativo como es dejar de sentir alegría por las cosas buenas que le suceden a los demás y sentir una alegría insana por los males que les suceden.
La envidia surge en distintas situaciones, una de ellas es cuando gestionamos incorrectamente el deseo y usamos mal la comparación. Este comportamiento tiene algo en común con los celos y es que se asienta en la inseguridad causada por el desconocimiento de nuestras cualidades y aptitudes. Puesto que no nos conocemos lo suficiente, tampoco nos valoramos adecuadamente y acabamos teniendo una autoestima baja. No confiamos lo suficiente en nosotros mismos y esto hace que constantemente nos estemos comparando con los demás.
Otro mecanismo de mala gestión de la envidia es ver al otro como una amenaza, un rival, un obstáculo o un enemigo. La envidia surge cuando sentimos que peligra nuestro estatus, nuestro territorio o nuestro vínculo con otra persona. Entonces acabamos cayendo en la crítica indirecta movidos por nuestras emociones. La crítica indirecta no es constructiva, ni tampoco lógica. Es fruto de las emociones que nos invaden y nos hace reaccionar agresivamente en lugar de buscar soluciones efectivas.
Por otro lado la envidia está mal vista socialmente, por lo que lleva a quien la siente a tratar de ocultarla. Esto le lleva a su vez a reprimir la ira y la frustración que le provocan los éxitos de los demás y al final lo que acaba consiguiendo con esto es ser tremendamente infeliz.
Pero la envidia no tiene porqué ser un sentimiento negativo, puesto que se nos presenta como una oportunidad de crecimiento personal y de mejora de nuestra autoestima.
Para lograr esta transformación de la envidia en una oportunidad de cambio debemos:
- Reconocerla: a veces se requiere un gran ejercicio de honestidad con nosotros mismos el reconocer que estamos sintiendo envidia. Sin embargo, es un paso imprescindible para gestionarla adecuadamente.
- Descifrar la información que oculta: tras ella se oculta de forma general la inseguridad, que a su vez conduce a sentirse inferior a los demás e insatisfecho permanentemente. Pero también puede ocultar una autoestima baja, miedo al fracaso, insatisfacción en nuestra vida, deseos no cumplidos o falta de generosidad.
- Elegir puntos de mejora: una vez que hemos descifrado esos mensajes que subyacían a la envidia, podemos buscar soluciones para abordarlos. Una pasa por elegir tres puntos en los que queramos mejorar y pasar a la acción, lógicamente. Por ejemplo: "voy a dejar de compararme constantemente con los demás" o "voy a ser más generoso reconociendo a diario lo que me agrada de los demás y de mi mismo".
- Desprenderse de la envidia: la hemos sentido y descifrado así que ha llegado el momento de liberarnos de ella. Para ello debemos proclamar que nos quedamos con el mensaje que nos proporciona pero nos desprendemos de ella.
- Iniciar nuestro proceso de crecimiento personal: es un proceso lento y laborioso y requiere que nos centremos en cuidar nuestro propio proyecto vital en lugar de vivir pendientes de lo que hagan los demás. Si invertimos nuestra energía en el cumplimiento de nuestro proyecto de vida no dejaremos espacio, ni tiempo, ni energía para la envidia.