Vivimos en una sociedad en la que hay una presión excesiva por tener la imagen perfecta, por ser eternamente jóvenes y en la que las arrugas o las canas no están bien vistas. Además, esta presión suele ser aún mayor cuando se trata de mujeres, algunas de las cuales en una búsqueda excesiva por la juventud perdida acaban cayendo en la ansiedad y la frustración, necesitando ayuda de profesionales médicos. Además la madurez femenina tiende a relacionarse con el dolor a causa de la menopausia y por extensión con la pérdida de la fertilidad y de la juventud.
Pero la llegada a la madurez puede ser aún más complicada cuando se da otro factor. Para algunas mujeres el hecho de que sus hijos se hagan adultos y se marchen de casa les provoca un enorme vacío existencial.
Esta situación pone de manifiesto que durante toda su vida han vivido aferradas a su identidad de madres lo cual hace referencia al hecho de que solo se sentían valiosas en la medida en que eran indispensables para sus hijos. Estas madres sienten una pérdida muy dolorosa cuando ven que sus hijos se marchan de casa y ya no solo porque no tienen a nadie a quien cuidar a partir de ese momento, sino porque además se quedan sin identidad.
Esa desazón y pérdida que sienten estas madres se conoce como el síndrome del nido vacío y solo aparece cuando la identidad ha sido construida en la necesidad de ser reconocida dentro del hecho de ser madre. Ese perfil de madre buscó compensar su soledad o cubrir sus carencias emocionales a través de las demandas de su hijo, por lo que en el fondo no fue capaz de mirar a ese niño de forma real. Este tipo de madre (a menudo abnegada y omnipresente) tiende a ser rechazada por los hijos cuando estos se convierten en adultos y no desean que su madre se continúe entrometiendo en sus vidas.
Sin embargo si en lugar de este tipo de relación nos hemos vinculado con nuestros hijos desde el reconocimiento de nuestras historias personales, habiéndonos hecho cargo de nuestras carencias personales y encargándonos de desplegar nuestra identidad en otros muchos ámbitos (como la creatividad, los vínculos amorosos, las relaciones afectivas, las amistades, el deporte…) el síndrome del nido vacío no se da.
Pero pueden ser muchos los motivos por los que una madre pudo no ser capaz de desplegar sus virtudes durante su juventud. En ese caso tiene que ver la madurez como el momento perfecto para hacerlo y crecer.
La madurez se presenta por tanto como un período lleno de oportunidades:
- Cultivarnos: puesto que disponemos de más tiempo al no tener que cuidar de ningún hijo, podemos invertir ese tiempo en cultivar nuestra sabiduría y también en compartirla con otras mujeres más jóvenes.
- Reconocernos: la madurez es también un momento ideal para reconocer cada una de nuestras virtudes y defectos, aceptarlos y sentirnos orgullosas de quienes somos.
- Llevar a cabo la introspección: es también el momento idóneo para concentrar todos nuestros esfuerzos en sumergirnos en cuestiones mucho más profundas como son las que nos atañen a nosotras mismas, a nuestro ser.
- Recordar quiénes somos: necesitamos aprender a dejar a un lado los cambios físicos naturales en esta etapa de la vida (arrugas, flacidez de los tejidos) para centrarnos en recordar justamente la experiencia que hemos adquirido con los años y que precisamente nos permiten ser quienes somos, siendo capaces de mirar a los demás con sabiduría y comprensión. Una experiencia con un valor incalculable.