La fobia social consiste en el miedo intenso a vivir situaciones embarazosas, humillantes o vergonzosas delante de otros, o a que los demás noten sus síntomas de ansiedad. Quienes la sufren, a menudo la experimentan cuando tienen que hablar en público o exponer sus ideas delante de un grupo de personas, por ejemplo. Se trata siempre de situaciones en la que existe un miedo a ser observado, juzgado o evaluado por los demás.
Esta fobia es identificada por su sistema como una situación peligrosa y desencadena en quien la sufre una angustia y ansiedad extremas, hasta el punto de que puede llegar a aparecer antes de que se dé la situación que la provoca y permanecer hasta mucho después de haber terminado dicha situación.
En este tipo de situaciones lo que se teme realmente es la pérdida del control de uno mismo que se manifiesta a través de síntomas como: ruborizarse, temblar, sudar de forma excesiva, bloquearse, tartamudear… Este tipo de situaciones provocan en quienes las sufre inseguridad y temor. Cada vez se siente más incapaz de afrontarlas y esto hace que tenga una autoestima más baja, por lo que es habitual que trate de evitar estas situaciones.
Si buscamos en los motivos que desencadenan estas fobias sociales nos encontramos con que están relacionados con la forma en que percibimos la realidad. Muchas veces actuamos basándonos en lo que imaginamos que el otro está pensando de nosotros en lugar de percibirlo tal como es y esto se debe a que nuestra percepción personal de los hechos del presente está determinada por nuestra construcción del mundo. Hay quien tiene una tendencia hacia la construcción de un mundo hostil y cree que todo el mundo le quiere atacar, y quien por el contrario cree que el mundo es un lugar en el que todo el mundo es bueno si se le da la oportunidad de serlo.
Nuestra construcción personal del mundo y el concepto que tenemos de nosotros mismos (autoconcepto) pueden hacer que las relaciones con los demás nos resulten algo agradable y sencillo o un motivo de estrés y angustia que nos llegue a impedir decidir libremente sobre nuestras acciones y nuestra vida por miedo a pasarlo mal o a pasar vergüenza.
A su vez, el autoconcepto que cada persona tiene está determinado por las cosas que le han sucedido, las que ha adoptado de su entorno familiar, y las que ha heredado genéticamente. Además nuestro autoconcepto influye en nuestra autoestima. Mientras que una autoestima alta nos ayudará en nuestras relaciones sociales, una autoestima baja las entorpecerá y propiciará que vivamos situaciones en las que experimentemos miedo y fobia social.
Ser conscientes de la tendencia que predomina en nuestro concepto del mundo puede ayudarnos a vivir más en el presente y ver la realidad tal y como es, sin que interfieran nuestras fantasías. Para reconocer en qué tendencia nos situamos, podemos empezar asumiendo nuestras emociones (angustia, miedo, ira, miedo…) en el momento mismo en el que las sintamos. En segundo lugar es recomendable buscar ayuda terapéutica. De esa forma no lograremos dejar de tener miedo, pero sí podremos sacar provecho de él transformándolo en valor.