Existe una enorme vinculación entre hambre y amor como también la hay entre la alimentación emocional y la alimentación física.
La alimentación emocional está compuesta por todo el afecto que recibimos desde que nacemos y con el que construimos nuestros deseos, fantasías e ilusiones. Mientras que la alimentación física es la que llevamos a cabo para nutrirnos y satisfacer esta necesidad biológica.
La alimentación emocional determina a la alimentación física ya que casi todos los conflictos de nuestro mundo interno tienen un reflejo en el modo en que nos alimentamos. En ocasiones los conflictos emocionales se reflejan en forma de alteraciones relacionadas con la comida porque podemos intentar compensar con excesos o defectos de comida ese vacío que sentimos y que en realidad es más psicológico que físico.
Hoy en día los conflictos que giran alrededor de la comida se han convertido en un fenómeno masivo: anorexia, bulimia, obesidad… Aunque mucho tienen que ver con los cánones de belleza socialmente aceptados y que tanta insatisfacción provocan en muchas personas, en el fondo este tipo de problemas con la alimentación son una manera de manifestar sentimientos y emociones que no pueden expresados o reconocidos y que, desde nuestro inconsciente intentan emerger de alguna forma. Desamor, abandono, culpa, rabia, celos, falta de autoestima, angustia o tristeza son algunos de los sentimientos que pueden estar intentando expresarse a través de los conflictos que se tienen con la alimentación.
Así, por ejemplo, una persona que continuamente se pone a régimen puede estar escondiendo una necesidad de castigo. Alguien con obesidad puede representar una forma de desamor hacia uno mismo o alguien que come de forma compulsiva, buscar una forma de aliviar la angustia que se siente o de calmar su hambre de autoaceptación. Por otro lado el comportamiento opuesto, es decir, negarse a comer, puede ser un intento de afirmarse internamente, una forma de ocultar la tristeza, un modo de llamar la atención o una evidencia de que no somos capaces de digerir las partes conflictivas de nosotros mismos.
Por otro lado en nuestra relación con la comida en ocasiones nos comportamos de forma contraria a la que nos gustaría dominados por nuestro inconsciente. Al igual que sucede en el amor, cuando amamos a quien nos hace daño y no amamos a quien nos trata bien y nos quiere, a veces comemos cuando no queremos hacerlo mientras que cuando debemos, no podemos.
Cuando nos sentimos bien con nosotros mismos aceptamos también nuestros cambios vitales y, sobre todo, aceptamos nuestras carencias y dificultades. Hay un equilibrio entre lo que queremos y lo que conseguimos, entre cómo somos y cómo deseamos ser. Pero si por el contrario mantenemos luchas internas por la distancia entre lo que queremos y lo que conseguimos es posible que nos falte afecto, sueños, ilusiones, deseos… y nos sobre tristeza y carencias. En esta situación es normal que tratamos de llenar ese vacío interno a través de la comida.
En ese caso deberíamos reflexionar sobre qué estado de ánimo nos provoca el hambre o la inapetencia y nos lleva a comer compulsivamente o a rechazar la comida. Qué tipo de ansiedad nos lleva hacia ese comportamientos, qué sentimos cuando nos comportamos de esta forma y de qué conflictos estamos huyendo.
Resolver esos conflictos nos llevará a reconciliarnos con nuestro cuerpo y a establecer una buena relación con la comida logrando saborearla y disfrutar de ella. Mejoraremos nuestra autoestima, aprenderemos a valorarnos y esto nos ayudará a comer mejor. Seremos capaces de tratarnos con respeto y podremos, en definitiva, ser todo lo felices que merecemos ser.