Dicen que la adicción al trabajo es el mal del siglo XXI, pero resulta curioso pensar cómo el trabajo puede dejar de ser una obligación y llegar a convertirse en una adicción como el tabaco, el alcohol o las drogas capaz de hacer que quienes la sufren renuncien a cultivar sus sentimientos y aplacen su evolución como personas.
La causa reside en que para algunas personas su trabajo se convierte en "su refugio" . Un lugar en el que permanecen aislados del mundo real que hay en el exterior. Ése que está lleno de conflictos sin resolver con sus amigos, pareja, familiares, etc. Además, para quienes trabajan con ordenadores, el trabajo tiene varias ventajas añadidas. La primera es que todo obedece a una lógica rigurosa, la segunda es que las relaciones de causa y efecto se cumplen sistemáticamente y la tercera es que siempre pueden volver atrás si cometen un error.
Por otro lado la adicción al trabajo no está mal vista socialmente, sino que genera una cierta admiración y reconocimiento, lo que hace que el adicto se reafirme en su conducta.
A estos adictos al trabajo su tiempo libre les provoca desasosiego. No saben cómo ocuparlo y por eso a menudo tienden a sobrecargarlo con actividades de todo tipo con las que dotar su vida de sentido o aumentar su autoestima. Todo por miedo a quedarse solos consigo mismos teniendo que hacer frente a ese tiempo vacío de actividad laboral.
Es por ello que los adictos al trabajo tienden a prolongar continuamente su actividad laboral y llegan a volverse adictos a ella.
Pero se puede disfrutar de nuestro trabajo sin que llegamos a convertirnos en trabajadores obsesionados o en adictos. Las conductas de ambos perfiles pueden confundirse, pero existen una serie de diferencias importantes.
La persona que ama su trabajo se siente atraída por él, constituye su vocación y le genera una motivación positiva. Trabajar es para ese perfil de persona una actividad que le ayuda a autorrealizarse, a superar sus puntos débiles y a desarrollar sus talentos. Para él el trabajo le permite expresar sus aspectos más positivos, afectuosos, enérgicos y comprometidos. Para este tipo de personas su trabajo les genera lo que se denomina eustrés, o estrés positivo. Ese estrés provoca en ellos una segregación de endorfinas que hace que la tensión del momento disminuya y que se sientan más relajados y tranquilos. Un ejemplo de este estrés es el que sufren los deportistas cuando ganan una competición.
Mientras que la motivación del adicto al trabajo suele ser el miedo. Suele tratarse de personas ansiosas, agresivas, que utilizan el trabajo para apartar su hostilidad reprimida, su inadaptación social y sus sentimientos incontrolados. Para un adicto al trabajo éste le libera de tener que afrontar sus propios problemas personales no resueltos. Esta clase de personas padecen estrés negativo o también llamado distrés. Ese estrés les hace sentir siempre en tensión, sobrecargados, de modo que falla la respuesta de sus endorfinas, que se ven incapaces de producir ese efecto relajante. Algo que sucede precisamente porque una situación constante de estrés (en la sociedad actual es algo que padecen cada vez más personas) puede llegar a agotar las reservas de endorfinas. Es entonces cuando existe el riesgo de que la persona afectada caiga en el error de buscar el efecto relajante de las endorfinas en los fármacos, por ejemplo.
La clave para no cruzar la delgada línea que separa a alguien que ama su trabajo de alguien que vive completamente obsesionado con él está en trabajar con dedicación, pero sin desatender el resto de las esferas de nuestra vida. Esforzarnos por ser objetivos con nosotros mismos afanándonos por dotar de optimismo todas y cada una de las actividades de nuestra vida diaria.