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El poder curativo de la arcilla

Si tenemos en cuenta que todas las formas de vida manifestadas en nuestro planeta provienen de la tierra, no resulta extraño hacernos una idea del poder excepcional de la arcilla. Los antiguos pueblos la utilizaban como remedio natural para curar heridas, afecciones de la piel, problemas inflamatorios y por ser capaz de despertar alguno de los recursos energéticos del organismo que normalmente permanecen dormidos.

Entre las múltiples propiedades beneficiosas de la arcilla encontramos que es una sustancia purificante, antiséptica, antibacteriana, que participa en el equilibrio de las funciones del organismo, posee un efecto revitalizante sobre las células y es rica en sales minerales y oligoelementos que el ser humano necesita (como la sílice, el fosfato, el hierro, la cal, el magnesio o el potasio).

Su contenido en sílice hace que sea capaz de fortificar las capas elásticas del organismo especialmente en los casos en los que la sangre del paciente se encuentra cargada de toxinas y en los casos de artrosis, tuberculosis, o fracturas. Por otro lado su contenido en magnesio le permite combatir el cáncer. Mientras que su contenido en cal le permite ser eficaz contra la anemia, la descalcificación, las enfermedades de languidez y la tuberculosis.

el poder curativo de la arcilla

Pero además entre sus numerosas propiedades destacan su capacidad de absorción y de adsorción. La propia capacidad de absorción de la tierra (ocho veces su peso en agua) hace que la arcilla sea sumamente eficaz absorbiendo toda clase de mal interno. Es por ello un excelente medicamento para combatir los dolores de cabeza, espalda, inflamaciones, hinchazones, abscesos, intoxicaciones y esguinces. Por otro lado su poder de adsorción le permite atraer las toxinas e impurezas hasta la superficie de la piel, desde donde es más fácil eliminarlas.

Respecto a su forma de aplicación, la arcilla puede aplicarse de forma externa o interna. De forma externa, lo más habitual son las cataplasmas sobre la piel, sobre las que se pone una espesa capa de arcilla. Otras opciones consisten en los baños de agua arcillosa o barro y para absorber toxinas, células muertas y oxigenar la piel. Aplicada de forma interna se utiliza para hacer gárgaras o lavados.

La preparación de la arcilla requiere de los siguientes pasos. Debemos exponer la arcilla que vayamos a usar durante un mínimo de media hora al sol o al aire para que se seque. Una vez seca, hay que retirar todas las impurezas que pueda contener y depositarla en un recipiente hondo de madera, tierra o cristal (nunca un recipiente de metal o plástico porque podría alterar las propiedades de la arcilla). Una vez que la arcilla esté extendida de forma uniforme, debemos cubrirla con agua fresca. Después hay que dejarla reposar durante una hora y finalmente acabar de mezclarla con una cuchara de madera.

Tras su preparación, ya está lista para ser usada sobre la cataplasma. Permanecerá en contacto con la parte afectada del paciente unas dos o tres horas como máximo. Cuando la arcilla ha cumplido con su trabajo de absorción, no se adhiere más a la piel, y comienza a soltarse por sí sola y por tanto, es el momento de quitarla. Una vez que la hayamos retirado, lavaremos la parte afectada con agua fría o tibia.

Es importante que no reutilicemos las cataplasmas, pues están impregnadas de arcilla pero también de toxinas. Por otro lado debemos ser conscientes de que la arcilla no es tan eficaz como un medicamento, por lo que es necesario aplicar dos o tres al día para notar sus efectos. Asimismo, la arcilla actúa de manera diferente según el grado de intoxicación del enfermo, por lo que hay que ser perseverantes en su uso.