Estar a la defensiva supone vivir con la alarma continuamente encendida. Significa ver el mundo desde una perspectiva hostil, estando permanentemente atentos y vigilantes con el fin de anticiparnos a un posible daño por parte de los demás. Supone reaccionar en el presente con la carga del pasado y anticipando una amenaza futura.
Esta actitud se traduce también en ver a los demás no como aliados sino como rivales. Algo que inevitablemente provoca reacciones exageradas de defensa o de ataque ante los comentarios de los demás que solo sirven para provocar malentendidos y conflictos con ellos.
Sin embargo lo más problemático es que cuando alguien adopta una actitud defensiva no se da cuenta que las reacciones que percibe en los demás se deben a su propia actitud recelosa o incluso agresiva. No es capaz de admitir que las cosas pueden ser distintas a cómo las percibe. Vive con hipótesis en la mente como "no me puedo fiar de nadie" o "la gente es mala" que le llevan a buscar pruebas en los demás que le lleven a corroborar esas ideas, desestimando todo aquello que pueda contradecirlas. Y así la duda se convierte en una evidencia clara que la persona utiliza para justificar su actitud a la defensiva.
La trampa de la actitud defensiva es que levanta un muro de desconfianza entre quien la adopta y el resto de las personas que le rodean que solo acaba provocando su aislamiento así como múltiples errores de interpretación.
Quienes tienen la necesidad exagerada de defenderse esconden en realidad gran inseguridad, ya que se sienten débiles e inseguros, aunque su apariencia refleje todo lo contrario. Cuanto más propagan su ira o rabia más crecen estas en su interior.
Cualquier persona puede sentirse herido o atacado en algún momento de su vida y sospechar de las intenciones ajenas cayendo en una actitud defensiva. A menudo esto se produce por caer en alguno de los siguientes errores:
- Creer que los demás pueden leer nuestra mente y por extensión, entendernos y saber lo que necesitamos a cada momento sin que se lo digamos.
- Interpretar subjetivamente un mensaje ambiguo en lugar de preguntar a nuestro interlocutor qué quiere decir exactamente.
- Considerar que la actitud de los demás es siempre un ataque mientras que que la nuestra propia es solo una legítima defensa.
La actitud defensiva puede darse también en las relaciones de pareja. En ese caso evidencia que existe una relación de competencia o resentimiento oculto entre ambas partes. Ambos luchan por controlar la situación o reivindicar su punto de vista y esto provoca un enorme desgaste que fácilmente puede acabar con la relación.
El mero hecho de ser consciente de la propia actitud defensiva es el primer paso para salir de ella. Estar dispuesto a cuestionarse a uno mismo resulta indispensable para transformar esta actitud en algo distinto. No se trata de ser ingenuo ni de dejarse pisotear por los demás, sino de aprender a defenderse sin necesidad de atacar. Para lograrlo hay que seguir una serie de pasos:
- Indagar en nuestras propias experiencias vividas o heridas del pasado para descubrir qué hay detrás de nuestra visión defensiva del mundo.
- Trabajar nuestra confianza en nosotros mismos para fortalecerla y de esa forma ser capaces de tratar con los demás desde una actitud abierta y confiada en la que consideremos al otro un aliado y no un enemigo.
- Aprender a comunicarnos con los demás de manera más franca y clara.
- Situarnos como observadores de nuestra propia vida con cierto desapego, de modo que podamos ver aquello que nos preocupa con menor dramatismo.