Cuando en nuestra vida irrumpe la enfermedad esta nos obliga a parar en seco. No sabemos si si podremos seguir haciendo lo mismo que hacíamos hasta ahora o aquello que habíamos previsto. Todo se transforma y ya nada sigue igual. Surge la incredulidad y la confusión. Tenemos mil preguntas sin respuesta y reaccionamos negando nuestra propia enfermedad. Tenemos miedo al futuro, sentimos rabia por lo que vamos a perder, nos sentimos solos por estar fuera de la vida cotidiana...
Ante esta situación hay quien elige ser un enfermo (y se siente víctima) y quien prefiere ser una persona que tiene una enfermedad. La segunda opción consiste en ver la enfermedad como una oportunidad para emprender un nuevo camino, descubrir capacidades, crecer. Pero este proceso de crecimiento no empieza justo después del diagnóstico. Se necesita tiempo para aceptar la nueva situación y mirar al futuro con fuerzas renovadas. Este proceso de asimilación requiere seguir una serie de pasos:
1.- Aceptar la enfermedad
Aceptar esta situación significa admitir, asentir. Recordar que no son las circunstancias de la vida las que nos hacen infelices, sino lo que hacemos nosotros con dichas circunstancias. Necesitamos aceptar la enfermedad y las condiciones que trae consigo para a partir de ahí poder construir una existencia feliz y eso suele requerir un tiempo. Superar una enfermedad no es luchar en contra, sino a favor, es adaptarse a la nueva situación y reencontrar el equilibrio entre uno mismo y su entorno.
2.- Vivir la enfermedad como un reto
Vivir la enfermedad como un desafío y no como una amenaza, hace que la persona se mantenga con un espíritu de lucha constante, que sea dueño de la situación, manteniendo el control sobre sí mismo y decidiendo sobre su vida. Ese deseo de autosuperación desarrolla en la persona capacidades que desconocía hasta ese momento y crecen el conocimiento y el aprendizaje sobre uno mismo.
3.- Centrarnos en el presente
Vivimos la mayor parte de nuestro tiempo dando vueltas sobre hechos pasados y preocupándonos de lo que pueda pasar mañana sin apenas dejar hueco al presente. Tener una enfermedad o vivirla de cerca puede hacernos conscientes de que la vida es frágil y que puede cambiar en cualquier momento. Esta situación nos enseña a aligerar la carga de los hechos pasados y también a dejar de preocuparnos antes de tiempo por el futuro. Nos enseña a preocuparnos solo cuando tengamos un problema entre las manos, ocuparnos del momento presente, aprovechar al máximo la vida, llevar una vida plena y cumplir nuestros sueños.
4.- Buscar la ayuda de los demás y conectar con el amor
Escuchar a otras personas que han tenido o tienen nuestra misma enfermedad puede servirnos de ejemplo, animarnos y ayudarnos. En cuanto a nuestros seres queridos es importante que les hagamos saber qué necesitamos de ellos y les agradezcamos su apoyo. Amarnos a nosotros mismo y a los demás, porque si damos amor recibiremos amor y porque conectar con el amor y abandonar el miedo permite afrontar todas las dificultades.
5.- Ser positivos
Involucrarnos activamente en nuestro proceso de recuperación es esencial para mejorar la salud. La mente y los distintos estados emocionales repercuten en el cuerpo. Se ha demostrado que la alegría, el buen humor, la risa y el optimismo inciden en nuestra salud y ayudan en el proceso de recuperación de una enfermedad. Al igual que las emociones más vinculadas a lo negativo (ira, tristeza, culpa, ansiedad…) hacen más vulnerable nuestro sistema inmunitario favoreciendo la aparición de enfermedades.
Necesitamos pensar en positivo, transmitirnos a nosotros mismos mensajes optimistas, porque de esa forma lograremos modificar el diálogo interno a nuestro favor y lograremos también cambiar nuestras actuaciones.