Al cabo de un día son cientos las decisiones que tomamos y es imposible dejar de hacerlo. Desde las más banales a las más importantes, todas marcan de una u otra forma el rumbo de nuestra vida. Todas implican optar por algo y renunciar a otra cosa por lo que inevitablemente, entrañan un riesgo: el de equivocarnos. Pero incluso aunque así sea, debemos ser capaces de verlo como un aprendizaje que nos permitirá ser más eficaces en la próxima ocasión y que nos acercará hacia quién queremos ser en el futuro.
En ocasiones el miedo a equivocarnos o el de ir en contra de lo que opinen los demás, puede hacer que dudemos y que seamos incapaces de tomar una decisión. Pero incluso cuando decidimos no dar ningún paso, estamos decidiendo. En estos momentos en los que el miedo hace acto de presencia, podemos reconocer que está ahí, pues el hacerlo no significa que vayamos a dejar que nos paralice. Solo se trata de respirar y arriesgarnos a dar ese paso. Sin asumir ese riesgo no hay avance posible.
Si en lugar de lamentarnos por no ser capaces de tomar una decisión reconocemos el poder que tenemos en nuestras manos, la capacidad para decidir, podremos decantarnos por un "sí", un "no" o por buscar otras posibilidades. Podremos tomar una decisión que nos permita poner orden en nuestro interior, transformarnos y dirigir mejor nuestra vida.
Las decisiones orientadas son aquellas que se toman hacia un fin concreto, aceptando la responsabilidad que conllevan y por eso son también las más efectivas y gratificantes. Para aprender a tomarlas hay que:
- Indagar primero en lo que realmente deseamos, diferenciando entre nuestros propios deseos y lo que los demás esperan de nosotros. De esa forma lograremos decidir con integridad, dotando de coherencia nuestra vida y ganando seguridad y solidez.
- Por otro lado es necesario aprender a equilibrar nuestra forma de ver las cosas. La percepción es sumamente subjetiva y está influida por nuestros sentidos, conocimientos y experiencias. Para lograr tener una visión más completa a la hora de tomar decisiones conviene intentar ver en cada alternativa ambos lados de la realidad.
Cada persona se enfrenta de una forma distinta a la tarea de tomar una decisión. Aunque no existe una fórmula fija para decidir de forma acertada, la mejor receta es aprender a tomar decisiones centrándonos en nuestros propios principios, objetivos y nuestros valores. Además, estos consejos pueden guiarnos a la hora de tomar decisiones:
- Cuestionarnos qué queremos conseguir: ante cualquier decisión es útil preguntarnos cuál es la finalidad que buscamos con esa decisión a corto y largo plazo.
- Pasar a la acción: debemos ser conscientes de que retrasar el momento de tomar una decisión puede pasarnos factura pues todo conflicto no resuelto provoca una tensión interna que se va acumulando. Los temas no resueltos ocupan nuestra atención y energía por lo que resolverlos cuanto antes nos permitirá dedicar nuestras energías a conseguir nuestros objetivos.
- Retrasar la decisión: pero no siempre es bueno pasar a la acción. En ocasiones nuestra percepción puede estar distorsionada, por lo que necesitamos tomarnos un tiempo para poder tomar una decisión con mayor claridad.
- Pensar en las consecuencias: igual que nos cuestionamos qué queremos conseguir antes de tomar una decisión, también debemos preguntarnos cuáles pueden ser las consecuencias de dicha decisión tanto para nosotros, como para los demás.
- Razón y corazón: es útil utilizar tanto la razón como las emociones a la hora de tomar una decisión. Las emociones nos ofrecen una inteligencia instantánea a través de las sensaciones que nos provocan (atracción, rechazo, etc.) mientras que la razón nos proporciona el conocimiento basado en la experiencia que acumulamos.
- Usar la creatividad: nos permitirá mirar la situación desde diferentes puntos de vista y abrir la mente hacia nuevas alternativas.