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Cuando el dolor se convierte en enfermedad

El dolor es una señal que emite nuestro cuerpo cuando pretende informarnos de que algo no funciona bien. Pero cuando se convierte en crónico, deja un síntoma y pasa a convertirse en una enfermedad.

Enfermedades como la fibromialgia y la fatiga crónica se caracterizan porque quienes las sufren padecen dolor y extremo cansancio sin que éstos estén provocados por causas orgánicas, lo que hace realmente complicado su diagnóstico.

Estos enfermos, que además de padecer este dolor generalizado sufren también otros trastornos asociados como palpitaciones, trastornos del sueño, ansiedad, agotamiento, vértigos, migrañas, tensión muscular, depresión, ansiedad… no son a menudo reconocidos como personas que realmente padecen una enfermedad, y sufren el descrédito de ciertos profesionales médicos que les atienden y también el de sus familiares, que creen que no les pasa nada y esto provoca que los aquejados de estas enfermedades invisibles se sientan incomprendidos y estén mucho peor aún.

Una vez que son reconocidos como enfermos (lo cual les proporciona un cierto alivio) deben enfrentarse al hecho de que tienen una enfermedad para la que no existe cura, sino solo medicación para paliar el dolor. Pero puesto que en esta clase de enfermedades existe un importante componente emocional, ésta puede ser una vía de curación, si no total, al menos parcial.

Mujer con fibromialgia


En ocasiones, los enfermos de fibromialgia o fatiga crónica se sienten algo mejor cuando ven que no están solos, y a ello les puede ayudar mucho ponerse en contacto con una asociación de enfermos de su misma dolencia y cuyo objetivo es siempre trabajar para encontrar por la superación del malestar que padecen.

En la historia de los enfermos de estas dolencias es común encontrar conflictos afectivos provocados por trastornos familiares o personales (como por ejemplo la pérdida de un ser querido, una situación de inseguridad personal, el nacimiento de un hijo, la incomprensión en las relaciones de pareja, etc.) que al no hallar forma de resolverse, se acaba traduciendo en dolor corporal, en un estado permanente de tensión que no puede desaparecer mientras no se resuelva el conflicto emocional que lo provoca. En resumen, podríamos decir de debajo del dolor físico hay un dolor emocional.

Por lo tanto el dolor o la fatiga en esta clase de enfermedades se sitúa entre lo físico y lo psíquico, sin llegar a pertenecer por completo a ninguno de los dos. Es por ello que el tratamiento de los enfermos debe ser interdisciplinario, es decir, atender tanto al alivio del sufrimiento físico como a la resolución de los conflictos psíquicos.

Para aliviar los síntomas del sufrimiento físico los médicos se decantan en ocasiones por aumentar la cantidad de serotonina (un neurotransmisor que interviene en la percepción del dolor) mediante la prescripción de aspirinas, paracetamol u opiáceos suaves. Los resultados con este tipo de tratamientos son buenos, pudiendo llegar a conseguir que el enfermo aumente su umbral del dolor.
Además, otra alternativa médica al uso de medicamentos para minimizar el dolor puede ser la fisioterapia o las técnicas de relajación muscular.

Respecto los conflictos psíquicos, se puede recurrir a algún tipo de terapia psicológica. En general las terapias se orientan hacia una revisión de la historia personal del enfermo con el fin de encontrar las posibles causas del dolor emocional, la falta de deseo, la desesperanza y el alivio de la tensión interior que los causa. La clave está en conseguir que el enfermo deje a un lado su sufrimiento, que deje de sentirse incapaz de cumplir sus sueños y que vuelva a sentir ganas de vivir e ilusión por la vida.